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De Juan Carlos a Pedro Sánchez: los espías invisibles están ahí

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Estos días he estado recapitulando sobre la historia de las actividades del servicio de inteligencia español de cara a una conferencia que he impartido en Cariñena (Zaragoza), dentro del Festival Aragón Negro, que con tanta brillantez y éxito dirige el escritor Juan Bolea. Analicé las actuaciones del espionaje desde que Juan Carlos llegó a España en 1948 -Franco en el poder y su padre, don Juan, exiliado en Portugal- hasta el momento presente con Pedro Sánchez en el Gobierno.

75 años que coinciden en un factor determinante: el espionaje ha estado presente, de una manera invisible a los ojos de los profanos, en cada uno de los grandes acontecimientos. A veces protegiendo al Estado, otras manipulando desde las sombras y algunas interviniendo para cambiar el cauce de la historia.

En 1958, por citar un ejemplo de los orígenes del análisis basado en hechos reales, Juan Carlos estaba estudiando en la Escuela de Marín y se fue por el mundo a navegar en el buque Juan Sebastián Elcano. Al atracar en Perú, las autoridades locales le hicieron un recibimiento especial y le designaron como acompañante a Gladys Zender, que el año anterior había sido Miss Universo. El veinteañero se enamoró perdidamente del bellezón y en el siguiente trayecto de navegación le escribió una carta de amor cada día.

Al tomar tierra en el siguiente país, le dio el manojo de sentimientos guardados en sobres a un miembro de la embajada española para que los echara al buzón. Para su desgracia, al regresar a España Juan Carlos no recibió respuesta. Fue a ver a Franco y el dictador nada más verle le echó la bronca: escribe fatal, con muchas faltas de ortografía. Alucinado, el futuro Rey confirmó que hiciera lo que hiciera, los espías profesionales y aficionados del régimen le controlaban las 24 horas del día para informar a Franco.

Los abusos de la CIA

Otra constante ha sido el deseo de la CIA estadounidense de saber lo que hacían los gobiernos españoles por las buenas o por las malas. Con Franco se movían con total libertad por España y cuando llegó en 1982 Felipe González al poder, pasaron unos años pésimos por la pérdida de privilegios. En 1984 pillaron a dos de sus agentes intentando colocar micrófonos en el palacio de la Moncloa para escuchar el contenido de una reunión de Felipe González con Andrei Gromiko, ministro de Exteriores de la URSS.

La expulsión de los dos no fue óbice para que al año siguiente la CIA intentara montar un dosier que les sirviera para chantajear al vicepresidente Alfonso Guerra. Pillados, esta vez el Gobierno expulsó a toda la delegación oficial del espionaje estadounidense. ¿Algo cambió después? Nada. El año pasado fueron detenidos dos agentes del CNI captados por la CIA y convertidos en agentes dobles. Normal en el espionaje, no entre amigos.

En mi búsqueda de datos para el perfil que planteé en la conferencia aparecieron historias negativas como la implicación del servicio secreto en el golpe de Estado del 23-F en 1981 y otras positivas como el desmantelamiento del grupo militar que en 1985 intentó atentar en La Coruña contra la Familia Real y el Gobierno con una bomba, una operación resuelta con brillantez por el agente infiltrado Francisco Lerena. 

Aznar y Sánchez, ni caso

No faltó el sello del servicio en las derrotas de ETA y los Grapo, como en la resolución de los casos de Bárbara Rey y Corinna Larsen. Y, por supuesto, jugaron un papel durante la invasión de Irak en el tema de las armas de destrucción masiva de Sadam Husein que, como ahora es bien sabido, nunca existieron. El Gobierno de Aznar no quiso hacer caso de su información de primera mano y prefirió creerse las mentiras de la CIA y el MI6.

El mandato de Pedro Sánchez cerró mi investigación con el virus Pegasus. La contradicción del mundo del espionaje ha quedado patente: el mismo sistema que el CNI utilizó para espiar a los independentistas fue el que usó Marruecos para robar información a los mandatarios españoles, según el propio informe del CNI. Con un matiz: España ya había lanzado anteriormente un espionaje masivo contra nuestros enemigos potenciales, un virus llamado Careto. Porque en los últimos 75 años el servicio de inteligencia español se ha convertido en diversas materias en uno de los mejores del mundo.


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